miércoles, 14 de febrero de 2007

De vuelta a Marruecos


Aunque yo me había incorporado al trabajo la segunda semana de enero, Begoña se quedo para liquidar un asunto de médicos. Por eso, tres semanas después, me cogì el avión para ir a buscar a la maciza y, de paso, traerme su coche.

Tras mi paso por La Valenciana, donde me han puesto una placa de hijo predilecto, cargamos el coche a la forma puramente marroquí, con toda la carga tapada por una vieja sábana. Y de esa guisa, el domingo a mediodía nos encaminamos hacia Marbella, donde haríamos noche antes de dirigirnos de lleno al norte de África. Lo de Marbella, más que por mi inclinación atlética, se debió al fantástico precio que ofrecen los hoteles fuera de temporada. Dormimos en el Barceló Marbella Golf por 60 euros con desayuno.

Y, la verdad es que acertamos, porque el estrecho estaba cerrado por temporal, y no podríamos haber salido el domingo ni diciendo que soy de Medina.

Finalmente, el lunes a las once pudimos embarcarnos en un rápido hacia Ceuta, con una travesía movidita, en la que las potas volaban y las cara de descomposición era general.

Por fin en Ceuta pudimos rellenar los pocos huecos que quedaban en el coche con las compras en un Hiper y, tras repostar, nos dirigimos a la jodía aduana donde deberíamos lidiar con la poli moruna. Había una larga cola ante la ventanilla de pasaportes, pero, como caído del cielo apareció uno de esos tíos que te prometen acelerar los trámites.

Era un berebere grande, mayor, con una bonita chilaba y un carné de guía de turismo que, por nos se que motivo, me dio buen rollo y me puse en sus manos. El tío se desenvolvía con una soltura fuera de lo normal y, en apenas cinco minutos, me había devuelto los pasaportes sellados y los papeles del coche liquidados. Le di las gracias, cinco euros y un apretón de manos y me encaminé a la zona de control de vehículos, donde si pillaban todo el contrabando que llevaba, podían hacerme un juicio sumarísimo y fusilarme a la puerta del Chrysler.

Pero enseguida vi al amigo Hammid, un viejo que ayuda en los registros y que me saludó eufóricamente mientras le colocaba en la mano un billete de cien dirhams (nueve euros). Mano de santo, cuando el poli vino a registrarnos, Hammid se encargó de todo y salimos ilesos, sin levantar ni la sábana,

Es la segunda vez desde el pasado verano que hago esta ruta en coche. La primera me sorprendió lo limpia y arreglada que estaba la zona. Pensé que el rey acababa de pasar por allí y se lo habían dejado todo niquelado. Pero la verdad es que todo seguía muy bien.

Tras la autovía que lleva desde Ceuta hasta Tetuán se pasa por la circunvalación de esta última, y observas como las construcciones chorrean por los alrededores, como queriéndose zampar los bonitos pueblos blancos que rodean Tetuán y que destacan sobre la montaña verde, en una estampa que parece pintada. El verde marroquí es irreal. Es tan brillante e intenso que se diría falso. Disfruté mucho por la sinuosa carretera que te lleva de Tetuán a Larache, donde se toma la autopista hacia Casablanca. En ese punto la maciza se hizo cargo del volante y de discutir con la poli que nos paró en varias ocasiones por exceso de velocidad (y luego decís de mi).
Pero salió triunfante sin apoquinar ni un dirham a la invasión de policía que inunda las carreteras del reino de MariVi.

Y llegamos sanos y salvos a la mansión Can Manel, donde nos acogieron por unos días hasta que pudimos instalarnos en nuestra casita. Aún estamos de lío, pero podemos ofrecer alojamiento a cualquiera que lo precise.